lunes, 26 de julio de 2010

Tomé le pendrive, y caminé mientras cerraba la mochila. Con los dedos helados, puse los audifonos en mis oidos y levanté mi vista, temerosa de el clásico poste inoportuno cruzandose por mi camino. Y fue ahí cuando me di cuenta. Un par de cuadras más allá, una persona acababa de doblar la esquina, dejando la calle completamente desierta. Mire por sobre mi hombro, buscando con la vista algún viejo, sentado afuera de un local, algún tipo forrado en una chaqueta, caminando rápido de vuelta a su casa, o alguna señora de la mano de una niñita, buscando alguna micro que tomar. Nada. Ni una sola persona. Me saqué un audifono, tanteando algún sonido remotamente humano en el aire, y la única respuesta fueron golpes alejados, y el intermitente del semáforo. A lo lejos, una pared cortaba la calle, probablemente por reparaciones. No pude evitar sentir que parecía una farsa, un 'truman show', un escenario donde acabo de despertar, y todo el mundo ya se fue. Caminé, con Matchbox de fondo, con los pies ligeros y la nariz helada, pero disfrutando de esta inesperada soledad. Quise saber como era la ciudad completa sin nadie en ella, las calles, las luces, las tiendas con sus escaparates tras barras de fierro, los semáforos controlando autos que no pasan, y nadie más que yo en este pequeño mundo. Era la soledad más hermosa que hubiese visto jamás.

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